Enero 2022. La verdad biológica y la verdad política
Es verdad que hay un virus en el mundo procedente de China que se extendió a Italia y posteriormente a todos los países del mundo. El virus se introducía en las células del cuerpo, replicaba y en algunas personas afectaba muy seriamente a los pulmones y vasos sanguíneos, produciendo trombosis y una reacción inflamatoria mortal. Hubo muchos muertos inicialmente y en mucho menor grado aún sigue habiéndolos. Afortunadamente la tecnología preparada desde hace años permitió la secuenciación del coronavirus y en 9 meses la creación de vacunas que protegían el 95% de los vacunados para tener enfermedad moderada severa, aunque no protegían de contraer la infección.
Y también es verdad que, motivado por la extraordinaria circulación del virus, fueron apareciendo fallos en su replicación, originando mutaciones y aparición de nuevas variantes llamadas alfa, beta, delta y finalmente la última altísimamente contagiosa llamada ómicron (que pudiera ser la vacunación con virus vivo que nos lleve a la normalidad, pero hoy no toca hablar de ello). Frente a ellas se fue estudiando su transmisión por aerosoles, su respuesta a las vacunas condicionando nuevas dosis, investigando tratamientos como anticuerpos monoclonales o antivirales orales ya aprobados por la EMA. Y también es verdad que se continúa investigando la próxima aparición de vacunas esterilizantes nasales que impedirán la infección además de proteger de la enfermedad y en el futuro una vacuna universal para todos los coronavirus.
Como resultado de esa verdad biológica, la práctica clínica ha demostrado que la inmensa mayoría de los bien vacunados ha quedado protegida de hospitalización y muerte. Y aunque ocurre en todos los tramos de edad, un ejemplo claro es cómo los no vacunados de edad superior a 60 años tienen un riesgo 25 veces mayor de morir por la enfermedad.
Una de las personas más dedicadas a trasladar esta verdad biológica al mundo es un hombre de 81 años llamado Anthony Fauci, uno de los científicos más brillantes y entrañables de la historia de la Medicina. Es director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID) desde 1984. Fauci es reconocido como uno de los principales expertos mundiales en enfermedades infecciosas y ha sido asesor de los 7 últimos presidentes de los EEUU. Ha contribuido de forma activa y científica a la investigación del VIH, el SARS, el MERS, el ébola e incluso los ataques bioterroristas con ántrax, y es uno de los investigadores más citados del mundo en las revistas científicas siendo coautor o editor de más de 1.100 publicaciones, incluidos muchos libros de texto de referencia en las facultades de medicina del mundo. Hasta aquí la verdad biológica.
La “verdad”política se evidencia como ejemplo en la conducta del expresidente Trump. Intentó expulsar al Dr. Fauci, sin conseguirlo, por el abrumador apoyo que este hombre tuvo en la sociedad americana. No dudó en promocionar medicamentos sin evidencia científica y en engañar a la población, fruto de lo cual creció en el mundo republicano un sentimiento antivacunas que ha dificultado muchísimo el control de la pandemia en EEUU con cerca de 60 millones aún sin vacunar. Pese a que Fauci ha sido el promotor mundial de la vacunación, hace unos días,el senador republicano Rand Paul, que no quiere vacunarse,culpó a Fauci, sin prueba alguna, sólo por beneficio político, de las cerca de 450.000 muertes desde que Biden asumió el cargo, aunque la gran mayoría no estaba vacunada. Fauci y su familia han sido amenazados de muerte por seguidores de estos personajes que han manipulado la realidad. El pasado 21 de diciembre la policía arrestó en Iowa a un hombre que viajaba desde Sacramento (California) hasta Washington para asesinar “a ese científico con las manos manchadas de sangre”.
La verdad está siendo permanentemente manipulada por interés, hasta confundir lo que es verdadero con lo falso, mediante un lenguaje contaminado. Mentir es conducir al error o a un razonamiento falso y tenemos cerca muchos ejemplos de esta “verdad” política que por interés confunden a los ciudadanos. Comenta Luis Sánchez-Merlo en su artículo “Mentiras de jardín” como Boris Johnson utiliza el lenguaje como burladero para sortear la verdad en su confrontación permanente con la mentira. Pero la mentira tiene una vida corta que exige fidelidad continua; el que la comete ha de seguir cometiéndola lo que le produce una íntima soledad, la soledad del poderoso embustero del que todos desconfían y que de todos desconfía. Hay una gran diferencia entre el mundo anglosajón y el nuestro que debemos corregir: la mentira allí está penalizada con un rechazo frontal.
Un alto ejecutivo de una cadena de televisión me dijo una vez ante una información recibida: “Supongo que será verdad, pero no importa. Si no lo es, la hacemos verdad”. Ya ven cómo está el patio querido lector, ellos nos fabrican las verdades. Pues eso, a ver si espabilamos a lo anglosajón y a todos aquellos que nos mienten, les damos pasaporte. Y que no vuelvan.