El término “síndrome cardio-renal” tradicionalmente se ha empleado para designar una variedad de situaciones clínicas en las que existe simultáneamente un daño o disfunción renal y cardiaca. Sin embargo, la información relacionada con su epidemiología, criterios diagnósticos, prevención y tratamiento eran escasos y variables debido a la falta de unificación de criterios en la definición y clasificación.
En base a esta situación, en el año 2008 se organizó una Conferencia de Consenso bajo el auspicio de la Acute Dialysis Quality Initiative (ADQI) que reunió a expertos y líderes de opinión de Nefrología, Cuidados Intensivos, Cardiología, Cirugía Cardiaca y Epidemiología, que elaboraron un documento de consenso sobre la definición y clasificación del síndrome cardio-renal, así como sobre los métodos diagnósticos, la prevención y el tratamiento [1].
En esta Conferencia de Consenso, se definió el término síndrome cardio-renal como una serie de “desórdenes del corazón y riñón en los que la disfunción aguda o crónica en un órgano induce la disfunción aguda o crónica del otro” [1]. Asimismo, se propuso una clasificación en 5 tipos dependiendo del órgano inicialmente lesionado y la naturaleza aguda ó crónica del daño (Tabla 1).
Desde entonces han sido múltiples las publicaciones en las que se revisan la epidemiología, fisiopatología y tratamiento de los diferentes tipos de síndrome cardio-renal [2] [3] [4] [5] [6] [7] [8].
En los últimos años se está profundizando en los mecanismos que relacionan la disfunción de ambos órganos, describiendo factores hemodinámicos, mediadores neurohumorales y mecanismos inflamatorios que pueden tener un papel relevante en el empeoramiento de la función de los órganos que conduce a la progresión del síndrome cardio-renal [9] [10] [11] [12] [13] [14] [15].
La relevancia del síndrome cardio-renal estriba en que la coexistencia de enfermedad cardiaca y renal se ha relacionado con peor pronóstico a medio y largo plazo, debido a un mayor riesgo de reingresos y mortalidad de los pacientes.
La prevención del síndrome cardio-renal es importante debido a que una vez que el síndrome comienza es difícil de interrumpir y no es totalmente reversible en todos los casos.
Aunque existen guías clínicas para el manejo de la insuficiencia cardiaca aguda y crónica [16] y la enfermedad renal aguda y crónica [17] [18] [19] [20], no existen guías clínicas consensuadas para el manejo de los pacientes con síndrome cardio-renal. Véase Ultrafiltración Peritoneal
Síndrome Cardio-renal tipo 1 Definición y epidemiologíaEl síndrome cardio-renal tipo 1 hace referencia a la situación en la que la disfunción cardiaca aguda induce lesión y/o disfunción renal aguda [1].
Los eventos cardiacos agudos que se han relacionado con el desarrollo de lesión renal aguda incluyen la insuficiencia cardiaca aguda, el síndrome coronario agudo, el shock cardiogénico y las alteraciones asociadas a la cirugía cardiaca.
Los datos relacionados con la incidencia del síndrome cardio-renal tipo 1 son variables dependiendo de las series. Se estima que la incidencia del síndrome cardio-renal tipo 1 en pacientes con insuficiencia cardiaca oscila entre un 27-45% [21] [22] [23] [24] [25] [26], y entre un 9-54% en pacientes con infarto agudo de miocardio [27] [28] [29] [30] [31] [32] [33].
Este amplio rango en la incidencia puede ser atribuido al uso de diferentes definiciones del daño renal agudo, diferentes periodos de observación y/o a la heterogeneidad de las poblaciones estudiadas. Hasta fechas recientes, el principal problema era la ausencia de criterios consensuados para la definición del daño/disfunción renal aguda [34].
En 2004, se adoptó el concepto de daño renal agudo para la lesión renal y la clasificación RIFLE para definir esta entidad clínica [35]. Para el diagnóstico se utilizan la variación de la concentración de la creatinina sérica en un intervalo de 7 días, la reducción del filtrado glomerular estimado y determinados parámetros de flujo de orina (Tabla 2) [35].
En 2007, la Acute Kidney Injury Network (AKIN) presentó un sistema de clasificación más minucioso en lo referente al daño renal agudo agudo, que elimina los criterios de filtrado glomerular y cambia la franja de tiempo en la que se desarrolla el daño renal agudo (48 horas en lugar de los 7 días del sistema RIFLE) (Tabla 3) [36].
Centrándose en el daño renal agudo, la clasificación AKIN, reemplazó las categorías R, I y F de la clasificación RIFLE por los estadíos I,II y III y eliminó las categorías P y E.
En 2012, el grupo Kidney Disease: Improving Global Outcomes (KDIGO) combinó parte de las clasificaciones RIFLE y AKIN para detectar el daño renal agudo con mayor sensibilidad (Tabla 4) [17].
La utilización de estos criterios diagnósticos en los pacientes que ingresan por insuficiencia cardiaca permite identificar a aquellos pacientes con disfunción renal que presentarán un peor pronóstico a medio y largo plazo [37] [38].
La relevancia clínica del síndrome cardio-renal tipo 1 estriba en que su presencia en pacientes con insuficiencia cardiaca y/o infarto agudo de miocardio tiene valor pronóstico a corto y largo plazo ya que se asocia, independientemente de la patología cardiovascular y de la función sistólica de origen, con una mortalidad y una tasa de rehospitalización mayores [25] [27] [30] [31] [39] [40] [41] [42].
FisiopatologíaEn la génesis del síndrome cardio-renal tipo 1 se han implicado múltiples factores [4] [43] (Tabla 5). El deterioro agudo de la función cardiaca produce alteraciones hemodinámicas, entre las que se incluyen reducción del volumen sistólico y del gasto cardiaco, elevación de la presión en aurícula derecha y congestión venosa, que conducen a un descenso del filtrado glomerular [44].
Estas alteraciones hemodinámicas activan mecanismos neurohumorales compensatorios, que incluyen la activación del sistema nervioso simpático y del sistema renina-angiotensina-aldosterona, y la liberación de vasopresina y endotelina-1, que favorecen la retención hidrosalina y la vasoconstricción sistémica.
Activación neurohumoralLas adaptaciones neurohumorales tienen como objetivo mantener la perfusión de los órganos vitales mediante vasoconstricción periférica y aumento de la contractilidad miocárdica y la frecuencia cardiaca, que mantienen la presión arterial sistémica. Los principales mediadores de estos eventos son el sistema renina-angiotensina-aldosterona, el sistema nervioso simpático y la vasopresina.
En las fases iniciales de la insuficiencia cardiaca aumenta la secreción de renina y la producción de angiotensina II que induce sed, estimula el sistema nervioso simpático y produce vasoconstricción renal y sistémica, además de aumentar la liberación de aldosterona. En situaciones normales, la retención de sodio debida a la secreción de aldosterona es temporal y no causa edema ya que el incremento del volumen vascular produce un aumento de la liberación de sodio a los túbulos distales que en tres días sobrepasa el efecto de la aldosterona (fenómeno de escape de la aldosterona) [45] [46].
En pacientes con insuficiencia cardiaca este efecto de escape se previene por la disminución de la perfusión renal y la alteración de la liberación de sodio al túbulo distal. El sodio que alcanza el túbulo distal es reabsorbido produciendo sobrecarga de volumen y congestión pulmonar. Al mismo tiempo, la elevación de la aldosterona se asocia con fibrosis en el miocardio que aumenta la disfunción cardiaca y el síndrome cardio-renal [47]. La vasoconstricción renal y la disminución de la liberación de sodio al túbulo distal también atenúan los efectos reductores de sal de los péptidos natriuréticos y aumentan la susceptibilidad de los pacientes con insuficiencia cardiaca a daños por otros agentes: contrastes nefrotóxicos, sepsis y alteraciones hemodinámicas como la hipotensión y el incremento de la presión venosa renal.
En pacientes con insuficiencia cardiaca existe un incremento de las catecolaminas séricas. La estimulación simpática de los receptores alfaadrenérgicos en el túbulo proximal aumenta la reabsorción de sodio, mientras que la estimulación de los beta-receptores activa la secreción de renina en el aparato juxtaglomerular.
En pacientes con insuficiencia cardiaca, a pesar de la existencia de una osmolaridad sérica normal o incluso disminuida, la vasopresina presenta una liberación no osmótica [48]. La activación de los receptores de la vasopresina V1 origina un aumento en la resistencia vascular sistémica y la activación de los receptores de la vasopresina V2 ocasiona un incremento en la reabsorción de agua en los túbulos colectores produciendo hiponatremia. La vasopresina también aumenta la actividad de los transportadores de urea en los túbulos colectores produciendo un incremento en los niveles de urea séricos [49].
Alteraciones hemodinámicas y congestión venosaLa sobrecarga de volumen es una característica de la insuficiencia cardiaca descompensada. Se ha demostrado que el incremento de la presión venosa central es un factor relevante asociado al deterioro de la función renal. Estudios en pacientes con insuficiencia cardiaca han demostrado una relación inversa entre la presión venosa central y el filtrado glomerular [50] [51] [52] [53].
Aunque los mecanismos por los que el incremento de la presión venosa renal reducen el filtrado glomerular no están claramente establecidos, existen evidencias experimentales que relacionan dicho incremento con una reducción de la producción de orina [54]. El incremento de la presión venosa central se transmite al sistema venoso renal aumentando la postcarga renal y la presión intrarrenal [55]. El incremento en la presión intrarrenal disminuye la perfusión renal y el flujo intratubular dando lugar a un descenso del filtrado glomerular y un incremento en la retención de sodio y agua. Así, la relación entre el incremento de la presión venosa y el deterioro de la función renal hace que la descongestión abdominal sea relevante en el manejo de los pacientes con insuficiencia cardiaca y síndrome cardio-renal [56] [57].
Reacción del eje hipotálamo-hipófisisCualquier situación de estrés activa el eje hipotálamo-hipófisis-glándula suprarrenal. Una de las principales hormonas hipofisarias relacionadas con el estrés es la vasopresina que, como más arriba se decía, estimula los receptores V1 en los vasos, aumentando la resistencia vascular periférica, y los receptores V2 en los túbulos colectores, aumentando la reabsorción de agua. Las consecuencias clínicas de estos cambios incluyen la retención de sodio y agua, la congestión pulmonar y la hiponatremia, que ocurren en casos de insuficiencia cardiaca [43].
Inflamación y señalización inmunitariaEn pacientes con insuficiencia cardiaca existe un aumento de los niveles circulantes de algunas citoquinas, como el TNF alfa, que tienen valor pronóstico [58] [59]. La activación de la inflamación puede jugar un papel en la insuficiencia cardiaca contribuyendo a la sobrecarga de volumen y la disfunción vascular [60] [61]. Estos mecanismos pueden tener consecuencias sobre la presión de perfusión renal, el edema peritubular, la reducción del filtrado glomerular y, finalmente, el daño inflamatorio e isquémico tubular renal [43] [61].
Papel del intestino y endotoxemiaEn pacientes con insuficiencia cardiaca, la baja perfusión del intestino, el aumento de la permeabilidad de la pared intestinal y la liberación de endotoxinas en sangre se han propuesto como mecanismos de progresión de la insuficiencia cardiaca y el síndrome cardio-renal tipo 1 [62]. En situación de hipoperfusión de las vellosidades intestinales, la permeabilidad paracelular de la pared intestinal puede aumentar dando lugar a la translocación de bacterias gram-negativas o lipopolisacáridos, así como de citoquinas, que pueden exacerbar la disfunción cardiaca [63].
Infección sobreimpuestaLa infección suele ser un factor precipitante de la insuficiencia cardiaca [64]. En estos casos, la inflamación sistémica puede ser el factor productor de la disfunción cardiaca y renal, con activación de citoquinas proinflamatorias, daño de la microcirculación, activación del endotelio y edema tisular [65].
IatrogeniaEn ocasiones, determinados tratamientos farmacológicos y técnicas diagnósticas pueden afectar el equilibrio entre el corazón y el riñón, dando lugar al deterioro de la función de ambos. Entre otros factores, los más frecuentemente descritos son: tratamiento con metformina que puede producir acúmulo de ácido láctico y disfunción cardiaca por efecto inotrópico negativo; agentes quimioterápicos; diuréticos; contrastes yodados radiológicos; bloqueantes del sistema renina-angiotensina-aldosterona y antiinflamatorios no esteroideos.
DiagnósticoEl diagnóstico precoz del deterioro de la función renal, que es vital para un adecuado manejo de los pacientes con síndrome cardio-renal tipo 1, sigue siendo un reto.
Tradicionalmente, los valores de creatinina sérica y el volumen de diuresis han sido los parámetros utilizados para definir el daño renal agudo [17] [35] [36].
Sin embargo, estos marcadores clásicos se elevan cuando el daño renal ya se ha establecido. Por tanto, son necesarios parámetros que de una forma precoz alerten sobre la existencia de una disfunción renal [66]. En este sentido, son varios los marcadores que están siendo estudiados (Tabla 6) [67].
Existen datos que sugieren que estos biomarcadores permitirían detectar el daño renal agudo en fases precoces, incluso de manera independiente a la elevación de la creatinina sérica o la reducción en el flujo de orina, lo que podría tener importantes repercusiones en el tratamiento del paciente [68] [69] [70] [71] [72].
PrevenciónLa identificación de los pacientes en riesgo para el desarrollo de síndrome cardio-renal tipo 1 y la instauración de las adecuadas medidas preventivas es una estrategia fundamental para reducir los riesgos y mejorar el pronóstico de los pacientes.
Varias situaciones clínicas han sido identificadas como factores de riesgo predisponentes para el síndrome cardio-renal tipo 1 [73] [74] [75]. La presencia de diabetes, los episodios previos de ingreso por insuficiencia cardiaca descompensada o infarto agudo de miocardio, la presencia de una disfunción cardiaca severa o la función renal basal alterada se consideran factores de riesgo no modificables. El empleo de altas dosis de diuréticos y/o el tratamiento vasodilatador, así como altas dosis de contraste radiológico durante procedimientos invasivos se han identificado como factores de riesgo modificables. Así mismo, se han desarrollado sistemas de estimación del riesgo de desarrollar fracaso renal agudo en la insuficiencia cardiaca descompensada [76], en casos de utilización de contraste radiológico [77] y tras cirugía cardiaca [78]. Estos sistemas permiten identificar a los pacientes en riesgo de desarrollar complicaciones agudas renales o cardiacas permitiendo la implantación de medidas de protección adecuadas.
Mejorar la función cardiaca y evitar la descompensación aguda son los elementos claves de la prevención del síndrome cardio-renal tipo 1 [79]. Para ello, las medidas tradicionalmente aconsejadas incluyen: modificar los factores de riesgo cardiovascular, evitar agentes nefrotóxicos y fármacos que puedan precipitar la retención salina y el tratamiento farmacológico apropiado de la insuficiencia cardiaca [16].
Los agentes nefrotóxicos más comúnmente relacionados con el desarrollo del síndrome cardio-renal tipo 1 son los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), las tiazolindionas y los contrastes radiológicos iodados. Los AINEs y las tiazolindionas, actuando sobre la hemodinámica renal, pueden dar lugar a la retención de sodio y volumen que puede descompensar la insuficiencia cardiaca. Los contrastes iodados inducen una intensa y prolongada vasoconstricción en la unión cortico-medular del riñón y deterioran la capacidad de auto-regulación renal [80]; estos efectos, junto con un efecto tubular directo, conducen a la necrosis tubular aguda y al desarrollo de nefropatía por contraste.
TratamientoEl tratamiento del síndrome cardio-renal tipo 1 se basa en el empleo de fármacos que mejoren la función cardiaca y en evitar las situaciones que favorezcan el deterioro de la función cardiaca y renal. La aproximación inicial incluye una adecuada oxigenación, alivio del dolor y manejo de la congestión pulmonar, principalmente con diuréticos de asa y vasodilatadores, junto con el tratamiento de las arritmias y la suspensión de los agentes nefrotóxicos.
El principal objetivo terapéutico se centra en el balance entre la diuresis necesaria para el control de la insuficiencia cardiaca y el posible empeoramiento de la función renal debido a la pérdida de volumen y al deterioro de la perfusión.
Los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECAs), los antagonistas de los receptores de angiotensina II (ARA II) y los antagonistas de la aldosterona están incluidos en los protocolos para el manejo de la insuficiencia cardiaca [16] porque son fármacos que han demostrado mejorar significativamente la supervivencia de estos pacientes en ensayos clínicos randomizados [81] [82] [83] [84] [85] [86] [87]. No obstante, algunos de ellos pueden contribuir al desarrollo de fracaso renal agudo por alteración de la hemodinámica sistémica y renal. Por ejemplo, los diuréticos que se recomiendan en pacientes con insuficiencia cardiaca para controlar la disnea y el edema, pueden inducir complicaciones por una excesiva depleción de volumen intravascular que comprometa la perfusión renal [88].
DiuréticosLos diuréticos son la primera línea en el tratamiento del paciente con insuficiencia cardiaca y síndrome cardio-renal tipo 1. La congestión no sólo causa los síntomas sino que probablemente contribuye al remodelado miocárdico y a la progresión de la insuficiencia cardiaca [89] [90]. Sin embargo, la diuresis excesiva puede deteriorar aún más la función renal, por ello la tasa de eliminación de fluido por los diuréticos no debería exceder la tasa de movilización del fluido del espacio intersticial, que en pacientes con enfermedad renal crónica terminal se ha estimado en 12-15 ml/min [91], aunque en pacientes con insuficiencia cardiaca y bajo llenado arterial existe escasa información sobre el valor de dicha tasa.
El régimen óptimo de tratamiento diurético no se conoce. No se han encontrado diferencias significativas en los síntomas ni en la función renal que dependan de cómo se administre el diurético, ya sea en bolo o en infusión continua, y a bajas o altas dosis [92]. La estrategia con alta dosis se ha asociado con mayor diuresis y un pronóstico más favorable en algunas variables secundarias, pero también con empeoramiento transitorio de la función renal.
Por otra parte, los diuréticos de asa predisponen a los pacientes a alteraciones hidroelectrolíticas e hipovolemia que pueden conducir a activación neurohumoral y fracaso renal agudo [93]. Por un lado el fenómeno de escape a la acción de la aldosterona, antes descrito, está bloqueado en estos pacientes; por otro, la hipovolemia inducida por la administración de diuréticos puede provocar un aumento de la reabsorción tubular de sodio y reducir la respuesta a los mismos, especialmente en pacientes con enfermedad renal crónica. Una aproximación a los pacientes con resistencia a los diuréticos de asa es añadir agentes que actúen a nivel de la nefrona distal, como las tiazidas. De manera alternativa, se pueden utilizar dosis altas de antagonistas de mineralcorticoides (espironolactona: 50-100 mg/día), con precaución por el riesgo de hiperpotasemia.
UltrafiltraciónLa ultrafiltración es una técnica invasiva que permite la eliminación del exceso de volumen. En los últimos años, ha aumentado el interés por su utilización como tratamiento de la insuficiencia cardiaca descompensada y la sobrecarga de volumen, aunque los resultados observados no son uniformes [94]. Por una parte existen evidencias que muestran que la ultrafiltración es un tratamiento seguro que permite una adecuada pérdida de volumen en pacientes con insuficiencia cardiaca descompensada [95] [96], pero por otra existen evidencias a favor del tratamiento diurético escalonado, con mejores resultados en lo que se refiere a la preservación de la función renal a corto plazo [97]. Una posible explicación de la disparidad de resultados estriba en la heterogeneidad de los pacientes con insuficiencia cardiaca y síndrome cardio-renal.
En el momento actual, parece recomendable utilizar la ultrafiltración en pacientes con insuficiencia cardiaca descompensada en los que no se logre una suficiente eliminación de volumen con un tratamiento diurético adecuado y el empleo de agentes vasoactivos, aunque se necesitan más estudios para guiar a los clínicos en el uso de los diuréticos y la ultrafiltración [98].
Véase Ultrafiltración Peritoneal
Inhibición del sistema renina-angiotensina-aldosteronaLos efectos beneficiosos de los betabloqueantes, IECAs, ARA II y antagonistas de la aldosterona en la insuficiencia cardiaca y el infarto agudo de miocardio son bien conocidos [81] [82] [83] [84] [85] [86] [99] [100] [101]. Sin embargo, la administración de betabloqueantes en pacientes con síndrome cardio-renal tipo 1 debe realizarse con cautela y, de hecho, se deben evitar hasta que el paciente haya sido estabilizado. Ello se debe a que en estas situaciones, el gasto cardiaco se mantiene por la activación del sistema nervioso simpático y la taquicardia refleja y frenar esta respuesta compensatoria puede precipitar el shock cardiogénico [101]. Asimismo, la introducción de agentes bloqueantes del sistema renina-angiotensina-aldosterona debe realizarse mediante dosificación progresiva por el riesgo asociado de deterioro del filtrado glomerular.
VasodilatadoresLos vasodilatadores (nitroglicerina, nitroprusiato, hidralazina) han sido utilizados en situaciones de síndrome cardio-renal en las que el uso de IECAs o ARA II puede estar contraindicado [102].
El objetivo del uso de los vasodilatadores es disminuir las resistencias periféricas con el fin de reducir la regurgitación mitral, aumentar el flujo ¿CUAL? y disminuir las presiones de llenado. Los principales vasodilatadores utilizados son la nitroglicerina, el nitroprusiato y el nesiritide. La reducción de la poscarga por vasodilatadores puede aumentar el gasto cardiaco reduciendo el bajo llenado arterial y mejorando la función renal en pacientes seleccionados. Sin embargo, los vasodilatadores también pueden causar hipotensión y reducir la presión de perfusión.
Drogas inotropasLos inotropos (dobutamina, milrinona y levosimendan) pueden ser de utilidad en pacientes críticos con sobrecarga de volumen resistente a diuréticos y disfunción renal y/o hepática. La necesidad de tratamiento inotropo se asocia a una mayor mortalidad porque por un lado su uso es, en si mismo, un marcador de insuficiencia cardiaca avanzada y por otro por sus posibles efectos adversos. Estos agentes deben utilizarse como primera línea de tratamiento, a corto plazo y con estrecha monitorización, en pacientes con hipotensión (presión arterial sistólica inferior a 100 mmHg) e hipoperfusión periférica [103] [104] [105]. Los inotropos deben usarse como puente hacia un tratamiento definitivo o para facilitiar la diuresis, disminuir la sobrecarga de volumen y la regurgitación mitral, mejorando la perfusión renal y la hemodinámica.
Síndrome Cardio-renal tipo 2 Definición y epidemiologíaEl síndrome cardio-renal tipo 2 se caracteriza por un deterioro crónico de la función renal como consecuencia de un deterioro crónico de la función cardiaca [1].
El empeoramiento de la función renal en el contexto de una insuficiencia cardiaca crónica se ha asociado con un pronóstico adverso y hospitalizaciones prolongadas.
La prevalencia de disfunción renal en pacientes con insuficiencia cardiaca es de aproximadamente un 25% y pequeños descensos en el filtrado glomerular aumentan de manera significativa el riesgo de mortalidad [106].
FisiopatologíaLos mecanismos que subyacen al deterioro de la función renal en este contexto no están tan claramente estudiados como en el caso del síndrome cardio-renal tipo 1, pero tanto las anormalidades neurohumorales, con excesiva producción de mediadores vasoconstrictores (epinefrina, angiotensina y endotelina) y alteración de la liberación de vasodilatadores endógenos (óxido nítrico y péptidos natriuréticos), como los tratamientos utilizados para la insuficiencia cardiaca pueden influenciar en el deterioro de la función renal.
La hipovolemia inducida por diuréticos, la introducción de agentes bloqueantes del sistema renina-angiotensina-aldosterona y la hipotensión inducida por fármacos están entre los factores contribuyentes que se han sugerido [107].
En los últimos años ha habido un interés creciente en el papel patogénico de la anémia y del déficit absoluto o relativo de eritropoyetina en estos pacientes.
PrevenciónEn este contexto, los tratamientos que mejoran la historia natural de la insuficiencia cardiaca incluyen: agentes bloqueantes del sistema renina-angiotensina-aldosterona, betabloqueantes, nitratos e hidralazina, y la resincronización cardiaca.
TratamientoEl tratamiento de la insuficiencia cardiaca se basa en una combinación de dieta, ejercicio y tratamiento de las enfermedades subyacentes, principalmente la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, la dislipemia y las arritmias.
Los síntomas de insuficiencia cardiaca crónica: ortopnea, disnea paroxística nocturna y edema periférico, resultan principalmente de la sobrecarga de volumen debida a las elevadas presiones de llenado.
Por ello, uno de los objetivos del tratamiento de la insuficiencia cardiaca es reducir el acúmulo de volumen sin comprometer el gasto cardiaco. Los diuréticos de asa y las tiazidas, aunque no reducen la mortalidad, mejoran los síntomas reduciendo la sobrecarga de volumen y están recomendados en pacientes con insuficiencia cardiaca descompensada [108].
Los betabloqueantes (carvedilol, metoprolol y bisoprolol) mejoran la fracción de eyección a largo plazo y reducen la mortalidad y la rehospitalización [99] [100].
Los antagonistas de los receptores de aldosterona reducen la mortalidad en pacientes con insuficiencia cardiaca avanzada o tras infarto agudo de miocardio con función renal adecuada [84] [85].
Los IECAs se incluyen precozmente en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca y reducen la mortalidad, el infarto agudo de miocardio recurrente y la tasa de rehospitalización relacionada con la insuficiencia cardiaca [109]. Los ARA II podrían utilizarse como alternativa en los pacientes que no pueden tolerar IECAs [110].
Sin embargo, los IECAs y los ARA II pueden reducir el filtrado glomerular especialmente en presencia de diuréticos y principalmente en pacientes con enfermedad renal crónica o estenosis de la arteria renal. Además, el uso de IECAs debería acompañarse de un seguimiento cuidadoso de la función renal y los niveles de potasio sérico debido al riesgo de hiperpotasemia, especialmente en pacientes con disfunción renal concomitante.
Así, de acuerdo con las Guías Europeas de Cardiología para el manejo de la insuficiencia cardiaca, un incremento del 50% de la creatinina sérica o un valor de creatinina de hasta 3 mg/dl puede ser aceptable en pacientes tratados con IECAs, mientras que un incremento de creatinina por encima de 3-3.5 mg/dl requiere una reducción de su dosis del 50%.
Los vasodilatadores (nitratos e hidralazina), aunque inferiores a los IECAs, reducen la mortalidad en comparación con placebo, y están recomendados en pacientes que no toleran IECAs o ARA II o en afroamericanos con grado funcional III/IV de la clasificación de la New York Heart Association(NYHA) [111].
La digoxina ha sido aprobada por que reduce los ingresos relacionados con la insuficiencia cardiaca aunque sin reducir la mortalidad [112].
Además del tratamiento farmacológico, en pacientes con insuficiencia cardiaca se utilizan dispositivos como los desfibriladores cardiacos y la terapia de resincronización. Los defibriladores cardiacos se utilizan como prevención primaria en pacientes con síntomas y fracción de eyección menor del 35% o como prevención secundaria en pacientes con insuficiencia cardiaca de causa isquémica o no isquémica, en los que han demostrado reducir la mortalidad y la morbilidad [113]. La terapia de resincronización cardiaca reduce la mortalidad y mejora la fracción de eyección en pacientes con insuficiencia cardiaca NYHA III-IV con fracción de eyección ≤ 35% y QRS ≥ 120 ms [114]. En pacientes con NYHA I/II, fracción de eyección < 30% y QRS ancho, la terapia de resincronización reduce la insuficiencia cardiaca sin reducir la tasa de mortalidad. Sin embargo, en pacientes con síndrome cardio-renal avanzado, la efectividad de los desfibriladores y la terapia de resincronización es menor.
Síndrome Cardio-renal tipo 3 Definición y epidemiologíaEl síndrome cardio-renal tipo 3 se caracteriza porque el daño renal agudo conduce a un daño cardiaco agudo, tal como infarto agudo de miocardio, insuficiencia cardiaca o arritmia [115].
Existen una serie de causas de fracaso renal agudo que pueden predisponer al desarrollo del síndrome cardio-renal tipo 3 y que son relevantes para su susceptibilidad, duración y severidad; entre ellas figuran el fracaso renal agudo precipitado por contraste radiológico o fármacos nefrotóxicos, la cirugía cardiaca o la cirugía mayor no cardiaca, la rabdomiolisis, la uropatía obstructiva, las glomerulonefritis y las pielonefritis [13].
En contraste con el síndrome cardio-renal tipo 1 hay pocos datos relativos a la epidemiología del síndrome cardio-renal tipo 3. Este último parece menos frecuente que el síndrome cardio-renal tipo 1, aunque esto puede estar en relación con que no ha sido estudiado sistemáticamente. El fracaso renal agudo es una alteración creciente en hospitales. Cuando se aplican los criterios RIFLE, el fracaso renal agudo ha sido identificado en aproximadamente un 9% de los pacientes hospitalizados [116] aunque esta incidencia puede aumentar hasta un 20% cuando se aplican los criterios KDIGO [117].
Aunque existen pocos datos en la literatura sobre el papel del fracaso renal agudo en la aparición de eventos cardiacos y su pronóstico, existen datos que sugieren que la aparición de un fracaso renal agudo inducido por contraste se relaciona con un mayor riesgo de eventos cardiacos [118] [119] [120].
FisiopatologíaEn general, existe una limitada información sobre la fisiopatología de cómo el fracaso renal agudo contribuye al daño cardiaco agudo y/o disfunción cardiaca. Un episodio de fracaso renal agudo puede tener efectos que afecten de manera directa o indirecta a la función y estructura cardiacas [6].
Por una parte, el daño renal agudo se asocia a activación neuroendocrina y del sistema inmunitario. La activación del sistema nervioso simpático es característica tanto en el fracaso renal agudo como en la insuficiencia cardiaca aguda [121]. El aumento de la actividad del sistema nervioso simpático renal y sus efectos en la liberación de noradrenalina durante el fracaso renal agudo pueden alterar la función miocárdica a través del efecto directo de la noradrenalina, alteraciones en la homeostasis del calcio en el miocardio, incremento en la demanda de oxígeno miocárdico y apoptosis de los miocardiocitos [122]. Asimismo, la activación del sistema nervioso simpático conlleva una estimulación del sistema renina-angiotensina-aldosterona que contribuye a la liberación de angiotensina II, vasoconstricción y alteración de la homeostasis del líquido extracelular. La angiotensina II puede también jugar un papel en la modificación de la estructura del miocardio y su función [123], contribuir a la hipertrofia celular y precipitar la apoptosis de los miocitos cardiacos [124]. La angiotensina II también es un potente estimulador de rutas intracelulares incluyendo aquellas involucradas en el estrés oxidativo, inflamación y regulación de la matriz extracelular [125]. El fracaso renal agudo estimula la activación del sistema inmune innato y adaptativo y en modelos animales aumenta la liberación de factores proinflamatorios que se acompañan de evidencias de apoptosis de células cardiacas y cambios funcionales en la ecocardiografía [126] [127]. Datos experimentales sugieren que el daño cardiaco puede ser inducido directamente por mediadores inflamatorios, estrés oxidativo, apoptosis y activación del sistema neuroendocrino. Varios estudios en modelos experimentales han demostrado que existen niveles elevados de citoquinas proinflamatorias que pueden tener efectos depresores directos sobre la función cardiaca [128] [129] [130] [131] [132].
Por otra parte, las funciones fisiológicas del riñón están comprometidas durante el fracaso renal agudo, lo que conduce a complicaciones graves que pueden afectar indirectamente al corazón, incluyendo la sobrecarga de volumen que contribuye al desarrollo de edema, sobrecarga cardiaca, hipertensión arterial, edema pulmonar y disfunción miocárdica; la hiperpotasemia y otras alteraciones de electrolitos pueden estar implicadas en el desarrollo de arritmias; la acidemia puede alterar el metabolismo del miocito y contribuir a la vasoconstricción pulmonar, aumentar la poscarga del ventrículo derecho y tener un efecto inotropo negativo; la acumulación de toxinas urémicas deprime la contracción miocárdica6. La uremia no tratada pueden afectar a la función miocárdica a través de factores que deprimen la contractilidad miocárdica [132] y se relacionan con inflamación pericáridica [133].
PrevenciónLa principal estrategia para minimizar las consecuencias del síndrome cardio-renal tipo 3 es la prevención. Ya que se conoce que los principales factores involucrados en el desarrollo de un fracaso renal agudo son la edad mayor de 75 años, la presencia de filtrado glomerular inferior a 60 ml/min/1.73m2, la insuficiencia cardiaca, la enfermedad vascular periférica, la enfermedad hepática, la diabetes mellitus, la medicación nefrotóxica, la hipovolemia y la sepsis, en estos pacientes se aconseja evitar o minimizar el empleo de fármacos potencialmente nefrotóxicos, así como asegurar una adecuada perfusión de los órganos y un buen estado de hidratación [134].
El daño renal agudo relacionado con la administración de contraste se ha convertido en una situación frecuente, siendo sus factores de riesgo: enfermedad renal crónica previa, diabetes, insuficiencia cardiaca crónica, hipotensión, edad avanzada y altas dosis de contraste. La evidencia apunta a la administración de fluidos isotónicos como la medida más efectiva para prevenir la nefropatía por contraste, mientras que otras opciones incluyen la administración de N-acetilcisteína o el uso de contrastes de baja osmolaridad y no iónicos (iopamidol) [135].
TratamientoCuando el síndrome cardio-renal tipo 3 ya se ha establecido se aconseja monitorización hemodinámica, buscar la causa del fracaso renal agudo por si tuviera un tratamiento específico y tratar las complicaciones que pudieran acontecer.
Lo más frecuente en el fracaso renal agudo que descompensa la función cardiaca es la retención de sodio y agua, por lo que un adecuado manejo del volumen para evitar la sobrecarga es importante [136]. Además, los cambios relacionados con la uremia, las alteraciones del metabolismo ácido base y de los electrolitos se acompañan de consecuencias adversas en la contractilidad cardiaca y su respuesta a las catecolaminas. Las alteraciones electrolíticas, tales como la hiperpotasemia y la hipopotasemia, deben corregirse para prevenir las arritmias y sus efectos hemodinámicos negativos. La corrección adecuada de estas alteraciones con tratamiento médico puede prevenir estas complicaciones [137]. En los casos en que el manejo médico no fuera efectivo, la lesión renal fuera severa o hubiera riesgo de desarrollar complicaciones amenazadoras para la vida del paciente, se debería considerar el tratamiento sustitutivo renal.
Síndrome Cardio-renal tipo 4 Definición y epidemiologíaEl síndrome cardio-renal tipo 4 hace referencia a la enfermedad cardiovascular que acompaña a la enfermedad renal crónica.
La enfermedad cardiaca en pacientes con enfermedad renal crónica es frecuente y la disfunción renal se asocia con un incremento de la mortalidad por eventos cardiovasculares de 10 a 30 veces superior en comparación con la población general [138] [139] [140] [141] [142].
La mortalidad cardiovascular y la progresión a enfermedad renal crónica terminal son los dos principales problemas en los pacientes con enfermedad renal crónica [143]. De hecho, los pacientes con enfermedad renal crónica presentan un riesgo mayor de eventos cardiovasculares que de progresión a la enfermedad renal crónica terminal [144].
La muerte súbita de origen cardiaco, la insuficiencia cardiaca y la enfermedad coronaria son las tres principales causas de mortalidad cardiovascular en los pacientes con enfermedad renal crónica [145]. La incidencia de aterosclerosis acelerada es también mayor en estos pacientes, especialmente en los que están en diálisis [146].
FisiopatologíaLos factores de riesgo tradicionales son insuficientes para explicar la alta prevalencia de enfermedad cardiovascular en la población con enfermedad renal crónica. Se ha demostrado que existen otros factores de riesgo no tradicionales relacionados con la enfermedad renal crónica que contribuyen al desarrollo de la enfermedad cardiovascular, entre ellos:
- Anemia. La anemia relacionada con la enfermedad renal crónica es frecuente en pacientes con síndrome cardio-renal tipo 4 y se correlaciona con peor pronóstico [147]. El tratamiento con eritropoyetina exógena se ha demostrado que tiene un efecto beneficioso, no sólo por la corrección de la hemoglobina, sino también por efectos antiinflamatorios, antioxidantes y antiapoptóticos [148] [149].
- Estrés oxidativo. El incremento del estrés oxidativo juega un papel importante en múltiples vías activadas en la enfermedad renal crónica. En un endotelio sano, el óxido nítrico estabiliza el tono vascular y previene la aterogénesis [150]. En la enfermedad renal crónica existe una disminución de la síntesis de óxido nítrico [150] y un incremento de la producción de radicales libres [151], que se relacionan con disfunción vascular y activación del sistema renina-angiotensina-aldosterona y que intervienen en el desarrollo de la aterosclerosis y la lesión de órganos diana.
- Alteración del metabolismo calcio- fósforo. Las anormalidades del metabolismo calcio-fósforo están asociadas con la progresión de la enfermedad renal crónica [152], así como con el desarrollo de complicaciones cardiovasculares. El hiperparatiriodismo está asociado con un incremento de mortalidad de origen cardiovascular [153]. La hiperfosfatemia es un factor independiente para eventos cardiovasculares, usualmente en fases avanzadas de la enfermedad renal crónica [154]. Los niveles altos de fósforo están relacionados con calcificaciones vasculares y aumento de la fibrosis cardiaca en pacientes en hemodiálisis. El factor de crecimiento – 23 (FGF23), que regula la homeostasis del fósforo y la vitamina D, es un factor emergente relacionado con el desarrollo de enfermedad cardiovascular.
- Toxinas urémicas. El acúmulo de toxinas urémicas es un marcador de la disfunción renal. Las toxinas urémicas ligadas a proteínas pueden tener un importante papel en la progresión de la enfermedad cardiovascular en el contexto de la enfermedad renal crónica. Tanto el indoxil-sulfato que tiene efectos cardiacos directos, siendo un potente agente fibrogénico y prohipertrófico, como efectos mediados por estrés oxidativo, parecen jugar un papel central en el daño renal y cardiaco [155] [156] [157].
El síndrome cardio-renal tipo 4 es una entidad común ya que involucra la progresión de la enfermedad renal crónica, a menudo debida a diabetes mellitus e hipertensión arterial, con aterosclerosis, hipertrofia de ventrículo izquierdo y disfunción sistólica y diastólica. Por ello, las medidas para prevenir el desarrollo del síndrome cardio-renal tipo 4 deben estar orientadas a aquellos factores relacionados con la progresión de la enfermedad renal crónica.
TratamientoEl tratamiento de la enfermedad renal crónica debería incluir un apropiado cumplimiento de las medidas dietéticas (restricción de sodio, potasio y proteínas) así como un adecuado control glucémico. La presión arterial debería controlarse utilizando IECAs, ARA II o betabloqueantes debido a sus efectos cardioprotectores demostrados.
La acidosis metabólica debe tratarse mediante la administración de bicarbonato sódico o citrato sódico.
En relación con el manejo de la anemia en la insuficiencia cardiaca no hay consejos claros. Por una parte, la corrección de la anemia con tratamiento con factores estimulantes de la eritropoyesis y hierro en pacientes con insuficiencia cardiaca se asocia con mejoría de la función cardiaca así como mejora en la función renal [158]. Por otra parte, una corrección rápida de la anemia en pacientes con enfermedad renal crónica puede provocar eventos adversos como muerte, infarto agudo de miocardio, ictus e insuficiencia cardiaca aguda [159]. El estudio TREAT ha demostrado que el objetivo en pacientes con enfermedad renal crónica debería ser mantener valores de hemoglobina de 11-12 g/dl sin exceder los 13 g/dl, con el objetivo de disminuir la morbilidad cardiovascular [160]. En caso de hemoglobina inferior a 10 g/dl se aconseja excluir la deficiencia de hierro antes de aplicar el tratamiento con factores estimulantes de la eritropoyesis.
Síndrome Cardio-renal tipo 5 Definición y epidemiologíaEl síndrome cardio-renal tipo 5 consiste en la lesión concomitante renal y cardiaca aguda o crónica secundaria a una enfermedad sistémica aguda o crónica. La causa más frecuente del síndrome cardio-renal tipo 5 es la sepsis, donde la disfunción cardiaca y el deterioro de la función renal son inducidos por citoquinas proinflamatorias, endotoxinas, vasodilatación intrarrenal y sistémica y aumento de la permeabilidad vascular, hipoxia y disminución de la perfusión [161]. Otros ejemplos de situaciones que conducen a un síndrome cardio-renal tipo 5 son el lupus eritematoso sistémico, la amioloidosis, la diabetes y otras enfermedades inflamatorias crónicas.
La información relacionada con la epidemiología del síndrome cardio-renal tipo 5 es limitada debido a la gran cantidad de factores que pueden estar relacionados.
PrevenciónEs preciso el tratamiento precoz de la enfermedad multisistémica que condicione la disfunción cardiaca y renal.
TratamientoConsiste en el tratamiento de la causa del síndrome cardio-renal tipo 5 y el tratamiento de soporte de las funciones renal y cardiaca. El tratamiento precoz de la hipotensión sistémica mediante la reposición de volumen y el soporte inotropo y vasopresor son necesarios. En caso de deterioro renal persistente, la hemofiltración veno-venosa debe utilizarse para extraer citoquinas y mejorar la función renal [162].